viernes, 6 de junio de 2014

ABDICACIÓN


La sorpresa del momento es sin duda el anuncio de D. Juan Carlos I de abdicar en su hijo el príncipe Felipe.

Todos vemos a un monarca cansado, falto de reflejos y desde luego no en su mejor momento, aunque los que quieren poner la corrupción como causa del abandono, no vean que no tenemos un monarca corrupto, sino que aprovechando los privilegios monárquicos, algún corrupto se ha intentado aprovechar. Esto es tan viejo como la historia del propio hombre. Pasó, pasa y pasará siempre. Lo verdaderamente importante es que cuando ocurra, el sistema sea capaz de detectarlo y ponga fin a tan dañina costumbre.

Las razones dadas son suyas evidentemente y solo puede abdicar quien tiene el derecho a hacerlo. Por muchas que fueron las voces que intentaron tambalear la figura de D. Juan Carlos, estoy seguro de que no fueron suficientes por si solas para doblegar toda una vida de entrega, y solamente una serie de factores conjuntos y ajenos junto al ineludible paso del tiempo, inclinaron tal decisión.

El primer sentimiento que me viene a la memoria tras conocer la noticia es el tiempo transcurrido.

Yo crecí con D. Juan Carlos. No conocí a otro jefe de Estado. Bueno si lo conocí, pero no tengo consciencia de haberlo hecho.
Siendo un crio fui a verle en una de sus visitas a una fábrica cercana y estreché aquella mano, encaramado a un muro entre guardaespaldas sin saber muy bien que hacía yo allí. Era la novedad. Era lo máximo del entonces. Era un orgullo para el pueblo. Ver de cerca al rey. Un señor sonriente de traje caro rodeado de mucha gente importante y de muchos policías. Esa fue la visión de un niño de unos diez doce años.

Con el paso del tiempo hubo muchas imágenes televisivas y de revista. El creció como rey en la misma medida que lo hice yo como hombre. El en su sitio y yo en el mío lógicamente. Pero siempre estaba. Sabíamos que estaba.
Y ahora se va.
Nos dice que se aparta de la primera línea de la pelea porque está cansado. Que su esqueleto no puede con todo el quehacer de este país. Que es necesaria sangre joven. Yo creo que se reina con la cabeza no con las piernas. Y la suya todavía aguanta seguro muchos envites.



Tengo buenos amigos republicanos que añoran la tercera república. Desconozco por qué lo hacen porque son de mi edad y no comprendo cómo puedes añorar algo que no has conocido.

La república ciertamente es una forma de gobierno tan válida como cualquier otra. Y tan cierto como que la segunda fue frustrada de forma violenta en 1936, lo es el que en 1978 el 58.97% del censo electoral acudió libremente a votar,  y de forma mayoritaria con el 87,78 % aprobó que queríamos una monarquía parlamentaria, que querían nuestra actual Constitución.

Por tanto, ¿qué tiene mayor validez, la república votada anterior a Franco o la actual forma de gobierno ampliamente votada y aprobada por una gran mayoría ?

¿Por qué un referéndum vale más que el otro?

Mis amigos republicanos mantienen que la votación del 78 fue condicionada a una alternativa entre dictadura o esta democracia y no otra, por lo que no fue un referéndum libre y que ahora, con casi cuarenta años de democracia, la sociedad está mucho más madura y debería de votar con absoluta libertad y mayor conocimiento de causa. Bueno, ciertamente es un razonamiento, está claro. Y hay que reconocerles que hoy tenemos más experiencia y conocimiento democrático, y mayor tranquilidad gracias al bienestar de estos años,  para reflexionar sobre las distintas opciones de forma de gobierno.

Pero yo les planteo una duda similar y de sentido contrario: Ni ellos ni yo votamos en aquellas elecciones, pero sí lo hicieron nuestros anteriores: padres y abuelos. Y la reflexión que yo les hago es por qué nuestro voto actual sería más importante que el de nuestros anteriores, o viceversa, por qué el de ellos fue de inferior categoría que el que podamos emitir ahora.
Podían haberse quedado en casa y no ir a votar. O también podían haber votado que no querían esta forma de gobierno. Pero no. Fueron a votar con absoluta libertad y de forma mayoritaria contestaron SI a la pregunta ¿Aprueba el proyecto de Constitución?

Aquél proyecto de Constitución de color marrón y blanco que se repartió gratuitamente por los colegios (al menos en el mío en Asturias),  y que durante varias semanas todos los días leíamos un artículo que era explicado por los maestros. Desde luego que éramos muy niños, pero intentábamos comprender cuál era el significado de aquél texto y recuerdo que se hablaba en nuestras casas luego de aquello, y aunque el grado de escolarización en la población en general en toda España no era ni mucho menos el más deseable, todo el mundo que quiso, en mayor o menor medida sabía de la importancia de aquel referéndum y lo que podría significar. Y utilizo el tiempo condicional porque al igual que hoy, nadie sabe predecir el futuro, pero las sensaciones de 1978 fueron buenas y nuestros anteriores así lo entendieron y apostaron por él.

Las condiciones de hoy, aún con un presente social convulso y muy quebrantado, también tienen futuro y nosotros, los ciudadanos que tenemos la capacidad de decisión, somos los que podemos cambiar las cosas bien, muy bien, mal o rematadamente mal. Y hagamos lo que hagamos, en nuestro presente, lo disfrutarán o lo lamentarán nuestros hijos y nuestros nietos.

Por lo dicho, no nos creamos más importantes que ellos, nuestros anteriores. No lo somos ni en mayor ni en menor medida. Somos exactamente iguales frente a los retos. Jugamos el partido en el momento que nos toca, con las herramientas que tenemos en nuestro tiempo y que somos capaces de fabricar. Nuestras decisiones como individuos, condicionan nuestro entorno y en consecuencia al conjunto de nuestra sociedad.

Las condiciones democráticas en las que se aprobaron las repúblicas dejaron mucho que desear. No votó todo el que quiso y las herramientas para la manipulación fueron notables, con lo que el argumento de que la democracia pre franquista tiene un plus sobre la post franquista, no es cierto. Y de la valoración técnica, saben mucho nuestros historiadores.

Nuestros anteriores votaron en conciencia en las condiciones que su entorno, su nivel cultural y su economía les permitieron y tan anteriores fueron los pre franquistas como los post franquistas. Y aún más, técnicamente desde el punto de vista democrático, la valoración que pudieron tener los ciudadanos de lo que realmente estaban haciendo, que comenzaban a ser ciudadanos por aquél entonces en 1978, fue muy superior al grado de conocimiento de las votaciones pre franquistas.

A mi planteamiento me responden mis amigos republicanos que no hay que mezclar las cosas.

Exactamente. Estoy absolutamente de acuerdo con ellos. En el pueblo en el que me crié, entre 1931 y 1936 asesinaron a muchos. Y entre 1936 al 39 al resto de los que quedaron. Soy como muchos compatriotas nuestros, nieto de un socialista, sobrino de un sindicalista de la UGT, nieto de un falangista e hijo de un franquista y una roja. Conozco las historias de los dos bandos. Sé como vivieron, las palizas y el hambre que llevaron los que evitaron el fusilamiento, los que lloraron a los fusilados como mi tío abuelo Julio “El Ferre” sin saber dónde descansa, las historias de mi madre cuando comían en los comedores sociales lentejas “rellenas de bichos” y mis abuelos maternos mendigaban para comer mientras los paternos tenían casa, ganado, trabajo, estudios y oportunidades. Conozco la historia de cómo una parte de la familia de mi abuela materna perdió todas las fincas heredadas de su abuelo, levantadas sin miramientos por la parte de la familia del bando nacional.

Y de todo aquello que me contaron, que investigué y que escuché de unos y de otros en el pueblo, de todo, me quedo con lo mejor. Solamente con una conversación entre mi abuelo el socialista y su amigo Cándido, sargento republicano exiliado en Francia hasta el 78 cuando los dos hacia 1982, ya con sus canas y achaques cerca del cementerio, concluían tristemente: “No mereció la pena. Perdimos todos. Esta guerra la perdimos todos”.

Y es cierto, no debemos de mezclar las cosas. Podemos mirar atrás con los ojos de no sé qué recelo ancestral de añoranza de una república que fue´, existió, duró y murió. También podemos mirar atrás con la añoranza de un estado de control, oscuro, necio, rancio y despreciable que al igual que la república fue, existió, duró y murió.

Pero de este tiempo pasado nuestro, mirado con los ojos que queramos, solamente podemos maldecir, despreciar y no olvidar nunca, nunca jamás a los nefastos políticos que con su sin razón, egoísmo, absolutismo, necedad, pobreza de miras, insolidaridad y poca inteligencia, con la zafia utilización del ruido de la incultura, llevaron a España al mayor de sus desastres en el que perdimos todos los españoles. No hubo ni vencedores ni vencidos. Solamente hubo daño al pueblo. Fractura en la sociedad. Dolor. Incultura. Un color: el negro en sus más variadas gamas. Pero no ganó nadie. Ni los que presumieron de ganar supieron disfrutar del botín más allá de una vida llena de placeres pobres de duración determinada, ni obviamente los que perdieron pudieron soltar el lastre de tanto dolor.

Yo no tengo que vengar a nadie. La venganza es un sentimiento que empobrece el alma de quienes la sufren y ya hubo bastante sufrimiento en este país como para generar más. Quiero pensar en mis hijas, en mi barrio, en mi pueblo, en mi ciudad y en mi país, en el mundo que conocemos y lo que yo puedo hacer hoy para mejorar a los que me rodean y en cómo puedo cambiar las cosas para que el futuro sea mejor que el presente.

Y lo que mis amigos republicanos dicen respecto de que hoy tenemos mayor libertad y conocimiento de causa, lo pongo mucho en duda. Cualquier discurso político de hoy es exacto a los discursos de políticos de los años 30. Tenemos las mejores generaciones de toda la historia de España en cuanto a formación universitaria, y podemos tener muchísimo mejor formados a nuestros técnicos tanto presentes como futuros. Sin embargo,  tenemos los mismos políticos que en los años 30. Exactos. Clavados. No han evolucionado en posturas ni discurso desde que finalizó la transición,  y han retornado 80 años atrás en posturas y planteamientos. La diferencia estriba en que la sociedad pre franquista no tenía en general mucho que perder y en la actual, todos tenemos un poquito o un mucho que perder. Pero a pesar de esto, tampoco se mueve.

La estrategia de los generadores de este sistema corrupto que hemos permitido nada tiene que ver con monarquía ni con república. Tiene que ver con sociedad. Con apatía social, con dejación de funciones del pueblo. La desorganización civil de los ciudadanos de a pié, desencadenó la permisibilidad del poder. No se trata de una lucha de clases. Ya no. Se trata de una lucha de valores: los del respeto al prójimo, los de la generación de riqueza individual y oportunidades en equidad y solidaridad racional para garantizar los mínimos, los de la separación de poderes.

Nosotros podemos cambiar el futuro, pero no el pasado. ¡Pues cambiemos el futuro pensando en lo que aprendemos del pasado¡

Personalmente yo no soy monárquico. Estoy convencido de que la suerte de cuna o de cama no condicionan la grandeza de un hombre, sea este del sexo que sea. Por tanto,  no voy a romper una flecha por la monarquía en general como institución necesaria para la estabilidad de un estado. Ningún hombre por el hecho de serlo es superior a otro tanto como para rendirle pleitesía obligada. La pleitesía ha de ser ganada, voluntaria en la donación y agradecida en la recepción.

La vieja y tradicional estructura de la monarquía, se apartó de la necesidad del hombre social con la llegada de la ilustración y del capitalismo. Con la primera,  el hombre individual comprendió junto con la ciencia,  que el comportamiento del hombre con sus semejantes sigue pautas científicas que explican en gran parte lo divino y casi todo lo humano. Con el capitalismo, el hombre comprendió que vale tanto como tiene,  y que este rasgo diferenciador es el que le marca la pleitesía de los demás. La monarquía al igual que la iglesia tiene que evolucionar con los tiempos y el pensamiento de los ciudadanos con los que se funde.
De la misma manera que la iglesia cristiana comprendió que Dios no está situado por encima del hombre, sino que forma parte de este en un mismo plano complementando las imperfecciones humanas en lo desconocido, y hoy se integra en la sociedad con respeto y humildad de pensamiento, las monarquías cuando existen, tienen que entender que su papel tradicional ya no tiene sentido,  y han de buscar una función de complemento útil a la sociedad en la que se integran, como un elemento más de entre los generadores de estabilidad dentro del organigrama de la herramienta social definida por el pueblo.

El fin,  es transformar el ideal conservador tradicional de transmisión de valores sociales propios de la monarquía, en la obtención de utilidad social actual por formación, tradición y evaluación permanente, que definan nuevos valores en plena y consciente fusión con el sistema de gestión social elegido en libertad.

Por eso no soy monárquico, pero si Juancarlista. Tampoco soy republicano aunque les duela a mis amigos. Soy presidencialista. Opción en la que un individuo de entre el grupo surge por mérito propio entre sus semejantes,  y es elegido por éstos durante un tiempo concreto para dirigir a la sociedad a la que pertenece.

Y en consonancia con lo dicho, respeto por dos motivos, la decisión de mis anteriores cuando decidieron aceptar como opción de gestión social a la monarquía parlamentaria: El primero es que vista con perspectiva, la monarquía parlamentaria se parece mucho a un estado presidencialista. El monarca tiene un papel definido por Ley y controlado por Ley que emana del pueblo. Y ha de ser vulnerable a la Ley del pueblo.
El segundo, es que aunque D. Juan Carlos I fue preparado y propuesto por el dictador, fue ratificado libremente por el pueblo soberano y durante toda su existencia como político activo, mostró respeto por el pueblo hasta el día de hoy, en el que, estando convencido de que el pueblo ya no le quiere, y que no lo puede dirigir, se aparta para no ser un estorbo. Y eso incrementa su mérito. Por lo tanto nuestros anteriores no se han equivocado tanto.

Para adaptar la actual monarquía a la demanda del pueblo, solamente habría que definir qué papel activo puede desempeñar la monarquía como herramienta de gestión social, o dicho de otra manera, cómo trabaja la monarquía en el mantenimiento y la construcción social, máxime ahora que dicha profesión se ha popularizado. Y parece claro que la función del rey habrá de estar ligada al Ministerio de Defensa como jefe militar supremo,  y al de de Asuntos Exteriores como órgano o staff independiente ostentando la máxima representación del Estado. Además de representar protocolariamente los distintos órganos que por consenso se hubieren de incluir en las funciones.

Un rey moderno no nace. Se hace y cumple una función útil a la sociedad. En su hacienda ha de ser el más humilde de los humildes ganándose el respeto y la admiración de los demás con el paso del tiempo por medio del trabajo, el estudio, el trato igual, el roce, la solidaridad. Por este motivo los descendientes llamados a desempeñar dicha labor como príncipe o princesa, dependerían de la Presidencia con la cualidad de infantes por medio de un organismo que se encargaría de la formación adecuada para las funciones de rey. Finalizada la formación a su mayoría de edad, (aunque yo propondría que fuera a los 21 años) deberían hacer acto público de compromiso con el pueblo español, de respeto a la Ley y a los valores establecidos y demás que por consenso se estableciesen, siendo proclamados en este acto príncipe o princesa heredera. A partir de este momento, iniciaría su labor social para la que fue “ contratado/a de por vida”. Se encargaría de valorar la cohesión interterritorial nacional con emisión de estudio anual conjuntamente con el defensor del pueblo sobre las necesidades mostradas por los ciudadanos, los objetivos marcados por la sociedad de hacia donde debería de encaminarse el país en un horizonte del medio y largo plazo entre las demás funciones, que el consenso y el protocolo establecieren. Todo ello con absoluta transparencia presupuestaria institucional que no personal, de la misma manera que cualquier otro trabajador público.

En la labor de modificación de la sociedad presente y futura tan ingente y profunda que tenemos por delante en España, espero que un partido político defienda el pensamiento socio liberal y que sea este partido socio liberal,  cabeza y motor de este cambio, ayudando al nuevo Rey en la mejora de la sociedad española y las demás sociedades  amigas como las iberoamericanas. Con un programa basado en el control presupuestario, la financiación adecuada, la eliminación de estructuras de Estado absolutamente inútiles con un coste totalmente desproporcionado, con la redacción de un único estatuto de autonomía que regule a todas las comunidades regionales por igual, en el que las competencias propias del Estado sean asumidas sin renuncia por el gobierno central : Hacienda pública justa y equilibrada, educación obligatoria hasta los 21 años de edad, Justicia independiente en igualdad de trato y condición para todos los ciudadanos,  y seguridad. En el que los impuestos sean reducidos, redefinidos y adaptados a la verdadera capacidad de renta de los españoles y a las necesidades del pueblo y no de los gobernantes. En el que los parlamentos regionales desaparezcan y se fusionen en el senado. En el que convenzamos a nuestros socios europeos de que la moneda única no puede ser el enemigo de los ciudadanos europeos, de que la producción tiene que volver a Europa y que los mercados tienen que ser abiertos a nivel mundial en función de las igualdades económicas y sociales que existan entre los países socialmente estables, y con respeto a los principios universales aceptados por consenso entre las naciones. Este partido debe de existir, y si la financiación se obtiene, estará. Y seguro que con gran éxito.

Pero como ya mostré soy Juancarlista, y en estos momentos como medio de expresión por la labor realizada, solamente puedo decir
D. Juan Carlos I y Dña. Sofía Reyes de España, muchas, muchas gracias.


Jesús Mª González-Prieto.

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